Con mis manos salvo vidas: el poderoso testimonio de Adanech, la matrona rural en Etiopía

El milagro de las matronas rurales en Etiopía

Por Iñaki Alegría

Cada vida que salvamos es un milagro. Pero más milagroso aún es ver cómo el conocimiento y el amor pueden transformar una realidad de desesperanza en un horizonte de esperanza. Este es el testimonio de un proyecto que late con fuerza en el corazón de Etiopía: la formación de matronas rurales.

Recuerdo con claridad el primer día que conocí a Fatuma. Era una joven de mirada tímida, pero con una determinación que llenaba la sala. Había perdido a su primera hija durante el parto, como tantas otras mujeres en su aldea. Pero en lugar de resignarse al dolor, decidió que esa tragedia no se repetiría. Cuando le ofrecimos la oportunidad de formarse como matrona, su respuesta fue un rotundo “sí”. Hoy, Fatuma es mucho más que una matrona: es una salvadora de vidas, un faro de esperanza en su comunidad.

En las aldeas más remotas de Etiopía, donde los hospitales son un lujo inalcanzable y las complicaciones durante el parto se llevan vidas cada día, una matrona no es solo una profesional. Es la diferencia entre la vida y la muerte, entre la desesperación y la esperanza.

Las matronas que formamos no solo aprenden técnicas médicas. Aprenden que su trabajo tiene un poder inmenso: el de proteger la vida. Y no hay mayor recompensa que ver a una madre llorar de alegría mientras abraza a su bebé, sabiendo que, de no ser por esa matrona, esa historia habría tenido un final muy distinto.

Una de las escenas que jamás olvidaré ocurrió hace unos meses. En una pequeña cabaña de barro, bajo la luz titilante de una linterna, presencié cómo una de nuestras matronas recién formadas, Adanech, asistía su primer parto. La madre lloraba de dolor, pero también de miedo, porque había perdido dos bebés anteriormente. Cuando por fin el llanto del recién nacido llenó la habitación, todas rompimos a llorar. Fue un llanto de alivio, de triunfo, de vida.

Este proyecto es mucho más que formación. Es devolver la dignidad, es empoderar a mujeres que han vivido demasiado tiempo en la sombra. Es construir un futuro donde las madres no teman dar a luz, donde los niños puedan crecer en los brazos de quienes los aman.

Cada día que pasa confirmo que enseñar a salvar vidas es más poderoso que salvarlas. Porque las semillas que plantamos hoy florecen en miles de manos capaces de transformar su mundo. Estas mujeres son heroínas, y yo tengo el privilegio de caminar a su lado, aprendiendo de su fuerza y su valentía.

A veces me preguntan si no me canso, si no es demasiado. Pero cuando miro los ojos de estas matronas, cuando escucho el primer llanto de un bebé que nace sano, sé que no hay mayor recompensa en la vida que ser parte de este milagro. En el corazón de Etiopía, entre sus montañas y aldeas, se gesta cada día una revolución silenciosa. Una revolución de amor, esperanza y vida.

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